sábado, 31 de octubre de 2009

Mujeres hispanas.

Dado que siempre son los protagonistas, se puede decir que las guerras son cosas de hombres, pero a lo largo de la historia hubo mujeres que lucharon en primera línea de fuego demostrando tanto valor y arrojo como lo pudo hacer cualquier hombre. Para muestra de lo que digo, elegí tres mujeres de nuestro país un tanto distanciadas en el tiempo que les tocó vivir, pero con un comportamiento muy similar a la hora de enfrentarse al enemigo, con decisión y valor. Ojalá las feministas aprendan de su ejemplo.

La primera de ellas es la condesa de Álvar Pérez.
Reinando Fernando III, y habiendo conseguido en lucha con los musulmanes el castillo de Martos, nombró como custodio y defensor del mismo al conde Álvar Pérez de Castro. Debido a que las guerras se sucedían sin tregua, los problemas crecieron hasta el punto de que la gran cantidad de cristianos que iban a establecerse en la zona y lo asolados que estaban los campos con tanta lucha, hizo que el hambre pasara a ser tema preocupante por lo que Álvar decidió dirigirse a Burgos para exponerlo al rey, dejando a su esposa en el castillo que estaba defendido por cuarenta caballeros a las órdenes de don Tello.
Al poco de partir el conde, don Tello decide salir de la fortaleza para pacificar la comarca de lo que se entera Alhamar que se presenta con un buen número de soldados para tomar el castillo que sabía desprotegido, pero no contaba con la valentía y el ingenio de la condesa que, rodeada solamente de sus doncellas y unos cuantos guerreros ancianos que no estaban para muchas luchas, ideó un plan para engañar al moro y ganar tiempo hasta que regresara don Tello.
La condesa y sus damas cambian las tocas por yelmos, buscan y reparten entre ellas las armas y escudos que quedaron en el castillo y se despliegan por las murallas para que el enemigo creyera que el castillo tenía defensores suficientes llegando incluso a repeler los primeros ataques hasta que llega don Tello que queda sorprendido por lo que está sucediendo en torno al castillo y atacando a los sitiadores por la retaguardia logra romper las filas enemigas y llegar a la fortaleza, consiguiendo que Alhamar se retire. Esto sucedió en 1238.

La segunda de estas valientes es María Pita.
Como las guerras se suceden casi sin tregua a lo largo de la historia, el 4 de Mayo de 1589 una flota inglesa al mando de Francis Drake se presenta ante La Coruña con la idea de destruir la armada española para conquistar luego Lisboa facilitando así la subida al trono portugués de don Antonio, prior de Crato.
Drake creyó que esta parada en La Coruña le reportaría un buen botín y además un castigo a la armada española porque el año anterior y desde este puerto había salido la que resultó ser famosa y desastrosa “Armada invencible” con la idea de conquistar Inglaterra.
El número de atacantes era muy superior al de los defensores por lo que la población civil tuvo que aprestarse a luchar, hombres y mujeres lucharon codo con codo, pero como ya dije los invasores eran muchos más y lograron ganar terreno llegando a la parte amurallada de la ciudad. Las tropas inglesas estaban dirigidas por un alférez que logró subirse a la parte más alta del muro empuñando la bandera inglesa y estaba tan contento el hombre que no se dio cuenta de que allí estaba María Pita que sin dudarlo ni un momento lo mandó al otro mundo de un certero disparo. Caído el abanderado y la bandera, los coruñeses reaccionan con furia mientras que los ingleses se desmoralizan lo que dio lugar a que se retirasen a sus naves para continuar viaje a Lisboa sin haber logrado el botín que perseguían.
Si bien es verdad que María no fue la única mujer en luchar con arrojo y valentía en esta batalla, se la toma como representante de todas ellas quizás por haber sido la que estaba en el lugar apropiado para hacer caer la bandera y el abanderado.

La tercera y última es Agustina Raimunda María Saragossa Doménech, más conocida como Agustina de Aragón.
De nuevo la lucha, esta vez contra los franceses en la llamada Guerra de Independencia.
Al general Lefebre se le metió entre ceja y ceja que tenía que conquistar Zaragoza y no dudó en atacarla una y otra vez, pero los vecinos de la ciudad no estaban por la labor y rechazaban a los franceses sin ningún miramiento lo que hizo que Lefebre se enfureciera amenazando con pasar a degüello a los zaragozanos si no le franqueaban las puertas, pero como no había hecho bien los deberes que en este caso sería haber estudiado el carácter de los maños famosos por su terquedad, sus amenazas no sirvieron para nada y la lucha encarnizada siguió hasta el punto en que al caer los artilleros que defendían la puerta del Portillo, Agustina de Aragón que al igual que otras mujeres atendía a los heridos, arrebatando de la mano de un artillero muerto la mecha aún encendida, la aplica a un cañón que esparce la metralla logrando frenar en seco a los franceses que a la carrera se dirigían a aquella puerta creyendo que era pan comido, los gabachos que quedaron con vida optaron por retirarse a toda prisa mientras que los defensores de la ciudad acudieron a reforzar aquella puerta impidiendo de nuevo la entrada de los invasores.

viernes, 30 de octubre de 2009

Milicia





Milicia. «Los caballeros, en la guerra, comen el pan con dolor; los vicios della son dolores e sudores; un buen día entre muchos malos; ponense a todos los trabajos; tragan muchos miedos; pasan por muchos peligros; aventuran sus vidas a morir o vivir. Pan mohoso o bizcocho; viandas mal adobadas, a horas tienen, a horas nonada; poco vino o ninguno; agua de charcos o de odres; malas posadas, la casa de trapos o de hojarasca; mala cama, mal sueño; las cotas vestidas, cargados de hierro. Los enemigos al ojo. «¡Guarda allá! ¿Quién anda ahí? ¡Armas, armas!» Al primer sueño, rebatos; al alba, trompetas. «¡Cabalgar, cabalgar! ¡Vista, vista de gente de armas!» Esculcas, escuchas, atalayas, atajadores, algareros, guardas sobre guardas. «¡Helos, helos! ¡No son tantos! ¡Vaya allá! ¡Torne acá! ¡Tornad vos acá! ¡Id vos allá! ¡Nuevas, nuevas! Con mal vienen éstos. No traen. Sí traen. ¡Vamos, vamos! ¡Estemos! ¡Vamos!»
Tal es su oficio, vida de gran trabajo, alongados de todo vicio. Pues los de la mar, no hay igual de su mal. No acabaría en un día su lacería e gran trabajo. Que mucha es la honra que los caballeros merecen, e grandes mercedes de los reyes, por las cosas que dicho he.» El Victorial, de Gutierre Díez de Games.

El feudalismo



Época de lucha, de fe y de grandes acciones; el Feudalismo es una exageración de la libertad, y bien convenía que ésta se revistiera de todo su aparato, que comunicara al individuo toda su fuerza y actividad para hacer frente a los peligros que la amenazaban. Cuando se introdujo en España, como en toda la Cristiandad, a la monarquía visigoda sucedieron diversos estados federales que, sometidos a varios jefes supremos, le prestaban obediencia dentro de ciertos límites. Esto y no mas que esto fue el feudalismo, la federación, el poder distribuido entre muchos, que por cierto no convenía en aquellas circunstancias que estuviese en manos de uno solo.

Si se nos dice que él fue causa de la servidumbre de los pueblos, de las horribles vejaciones que sobre ellos cayeron, sin desconocer ninguno de aquellos excesos, nosotros contestaremos que no fue el feudalismo la causa primera de ello; que el mundo, después del cataclismo experimentado (la caída de Roma y el fin de la monarquía gótica e invasión sarracena en España), había de sufrir oscilaciones que solo sucesivamente podían debilitarse hasta volver a su asiento; que la masa del pueblo no podía esperar otro estado, y que el feudalismo, al dividir el poder, fue para él el camino mas corto para llegar a su emancipación definitiva y alcanzar la legítima influencia que le es debida en la suerte de las naciones.
No fue la Edad Espléndida quien cometió los abusos, sino los propios hombres; de ninguna manera se puede atribuir a la institución feudal 'per se'.

Véanse en nuestra patria los reinos en que esa institución echó mas hondas raices; en Cataluña y Aragón mas que en Castilla, el feudalismo mostró gran poder durante la Edad Espléndida, y sin embargo, Cataluña y Aragón llegaron a ser famosas la una por sus instituciones democráticas, el otro por sus grandes libertades. Interesante es considerar la Edad Espléndia desde el S. XI al XV: en aquel tiempo el manto de tinieblas que parecía envolver europa como para prepararla mejor a sus futuros destinos, se desgarra en mil pedazos. Hay aun la ignorancia, pero es una ignorancia que se conoce a sí misma, que se afana en pos del saber; hay falta de armonía en las relaciones e instituciones sociales, pero esa falta es sentida y conocida por doquier; las Cruzadas unen a todas las naciones con lazos que antes no conocían; una juventud sedienta de saber acude desde los países mas remotos a escuchar las lecciones de famosos maestros; el italiano, el alemán, el inglés, el español y el francés se hallan mezclados y confundidos alrededor de las cátedras de Abelardo, de Pedro Lombardo, de Alberto Magno, del gran doctor de Aquino; la industria crece, el comercio se difunde, las guerras empiezan a tener un carácter mas popular y por consiguiente mas trascendental y mas vasto; los pueblos empiezan a entrar con los reyes y los señores en la escena de la humanidad, y en todas partes se ve bien marcado el carácter general que Balmes atribuye a aquella edad, con la siguiente fórmula: "la barbarie templada por la Religión, la Religión afeada por la barbarie".

"Terrible energía de ánimo, gran fondo de actividad, simultáneo desarrollo de las pasiones mas fuertes, espíritu emprendedor, vivo anhelo de independencia, extraordinario gusto de proselitismo, la ignorancia combinada con la sed del saber y hasta con el entusiasmo y el fanatismo por cuanto lleva el nombre de ciencia; alto aprecio de los títulos de nobleza y de sangre, junto con el espíritu democrático y con profundo respeto al mérito donde quiera que se halle; un candor infantil; una credulidad extremada, y al propio tiempo la indocilidad mas terca, el espíritu de mas tenaz resistencia y una obstinación espantosa (...)" - Balmes.

jueves, 29 de octubre de 2009

Están desapareciendo.



Quijotismo, magnanimidad, valor, altivez, impulsividad, estoicismo, individualismo, sentido de la obediencia, escaso resentimiento, tendencia a no admirar la superioridad ajena, culto a la honra, idea de la vida como camino, concepción privada de las relaciones personales y profunda religiosidad.

Todos y cada uno de esos adjetivos han sido usados para describir al caballero español (y por extensión hispano) durante siglos. En la actualidad casí no se los tiene en cuenta porque los único que a mucha gente le interesa es el dinero y el libertinaje. Hoy más que nunca los necesitamos de vuelta, necesitamos que en nosotros despierten esos adjetivos, que permitieron a nuestros ancestros conquistar el mayor imperio que ha existido y existirá en este planeta. Tenemos un responsibilidad, no podemos fallar a los que sacricaron su ayer por nuestro hoy. Luchemos para que en vez de pensar en España como un país de: vagos, maleantes, y fiesteros; piensen en un país de: hidalgos que van con la honra por delante, de hombres de grave porte que saben comportarse y el balompie les da un ardite; luchemos para que la mujer vuelva a ser la roca en la que el hombre español (e hispánico)se apoyó durante los difíciles momentos que todo hombre español debe pasar para convertirse realmente en español. Luchemos para que vida de cada uno deje de ser lo más importante por lo que luchar; luchemos para que el alma religiosa de nuestros ancestros, la mismo que los hizó evangelizar América y hechar a los moros de España; vuelva a nosotros. La lucha será difícil porque nuestros enemigos llevan la delantera, eso en vez de hundirnos debe ser un motivo muy fuerte para continuar la lucha.

SANTIAGO Y CIERRA ESPAÑA

miércoles, 28 de octubre de 2009

¿Hispanidad contra Europa?

Osvaldo Lira SS. CC. / ¿Hispanidad versus Europa? / Alférez 1948



Todas las ideas, cuando se insiste demasiado sobre ellas, corren peligro de convertirse en tópicos. Parece que la idea de la Hispanidad estuviese a punto de incurrir en ello a juzgar por el interés que está sintiendo cierto núcleo de espíritus «escogidos» en presentarla bajo formas verdaderamente extrañas, como, por ejemplo, la de contraposición diametral con la idea de Europa. Peligro grave también ésta para la idea de Hispanidad; porque, ¿quién sería el español dotado de arrestos suficientes para optar, en la alternativa Europa-Hispanoamérica, por el extremo americano? No es que dudemos del amor de España hacia su obra maestra, sino que anotamos, simplemente, cómo dicha opción vendría a suponer, para el español que tal hiciese, caso de ser correcto el planteamiento de la disyuntiva, el renegar de su propio ser histórico.


No se trata de hipótesis. En varias ocasiones hemos oído afirmar a personas de cierta responsabilidad que la obra de acercamiento entre España y los antiguos reinos españoles de América, emprendida por ciertos sectores espirituales de una y otra orillas del Atlántico, equivaldría a una verdadera deserción por parte de la nación española para con Europa. Se insiste en que España está en Europa y no en América, y que, por consiguiente, es en Europa y no en América donde residen y deben custodiarse sus más caros intereses. Sobre todo, en que la labor de acercamiento a Hispanoamérica traería como consecuencia inevitable –dicen ellos– un conflicto más o menos serio con Norteamérica, dado que la gran organización política sajona parece haberse reservado como esfera de influencia el territorio y la población de todas las repúblicas hispanoamericanas. Hasta aquí los europeístas, haciendo constar, por nuestra parte, que no hemos agregado por cuenta propia absolutamente nada.


Lo primero que es preciso definir ahora es la idea de Europa, porque será éste el único modo de evitar que se caiga en un funesto quid pro quo. Que, al acercarse España a América, deserta de Europa –dicen– ¡Pero de qué Europa! Porque si es de aquella que brota de la Reforma y que recibe su consagración legal, que no legítima, en Westfalia, lo primero que se le ocurre pensar a todo el que tenga conciencia clara de los fenómenos históricos, es que de semejante Europa lo mejor es desertar. ¿Es que puede concebirse para España, en este caso, otra actitud que no vaya en contra de su dignidad nacional?


Si, por el contrario, se trata de lo que podríamos llamar la Europa eterna, la cosa cambia por completo. Los principios que engendraron esta Europa son los que quedaron concretados en el Edicto de Milán, primero, y luego, en la creación del Sacro Imperio. Son, por tanto, los que presidieron también el nacimiento y desarrollo de la América española. ¿Cómo, entonces, podría cobrar el acercamiento de España a Hispanoamérica, respecto de esta Europa, caracteres de deserción? Tendríamos entonces que admitir el absurdo de que los principios que provocan el nacimiento de una realidad son radicalmente incompatibles con los que la mantienen en el ser...


Pensemos un instante en la misión que, sin duda le compete a España en esta dolorosa encrucijada histórica: la de exponer e imponer los principios cristianos en la vida política de los pueblos. Exponerlos resulta mucho más fácil que imponerlos. Mucho más fácil y mucho menos útil. Su sola exposición por parte de España no ha de enderezar en lo más mínimo el curso temeroso que sigue la vida política europea; porque los poderosos de la tierra no suelen escuchar al que se presenta en condiciones materiales relativamente inferiores, incluso si, como en el presente caso, les aventaja en nobleza de abolengo espiritual. Las puras sugerencias españolas serán miradas con desconfianza por las potencias directoras de la política europea, si no con manifiesta hostilidad. Sería preciso, entonces, pasar de la mera exposición a la verdadera imposición. Y que no nos asuste la palabra. Sí; a la imposición de unos principios que traerán beneficios para todos; para quienes los impusiesen y para quienes, de buen o mal grado, se los dejasen imponer. Y aquí sí que tiene que entrar necesariamente en juego el acercamiento hispanoamericano. Es decir, que España debe procurar la unión cada vez más estrecha con América si quiere pasar de la simple exposición a la verdadera imposición en Europa de los principios que hicieron a Europa.


«Es que son ustedes un país muy especial», le decía no hace mucho tiempo a un amigo nuestro un profesor norteamericano, que, por añadidura, tenía pujos de hispanista. Y esto lo decía porque nuestro amigo le enrostraba la injusticia implicada en insistir sobre los asesinatos cometidos durante el Movimiento liberador español cuando disculpaba los que se perpetraron en cierto país norte-europeo a raíz de la retirada de los ejércitos germánicos. No eran los asesinatos, era la especialidad del carácter español lo que provocaba la antipatía del profesor norteamericano; o hablando en claro romance castellano, era el espíritu español, eran las cualidades privativas del carácter español lo que le hacía justificar la inquina que sienten hacia España los capitostes de la política internacional, ya que es la especialidad o lo específico lo que constituye el manantial primero intrínseco de las cualidades distintivas de un ser. Esto nos debe servir de lección. España, sin fuerza material, sin posibilidades de imposición por parte suya no podrá encontrar más que desconfianza y antipatía de parte del mundo actual. Con fuerza material se hará oír a pesar de todo. Y esa fuerza es obvio que sólo la podrá encontrar en Hispanoamérica.
Es evidente que los doscientos millones de iberos podríamos contar con la posibilidad de imponer nuestro espíritu mucho mejor que veintiocho millones de españoles. Hoy día resulta necio y extemporáneo pretender que en el plano de las realidades políticas internacionales puede conseguirse cualquier cosa sin una fuerte base demográfica y una economía moderna y bien saneada. Una y otra cosas estarán por igual a nuestro alcance si se lleva a efecto la unión de España con América, una unión que ha de suponer naturalmente la de cada país de los hispanoamericanos con todos los demás. Claro está que los partidarios de un europeísmo a ultranza podrían respondernos que esas mismas fuerzas las podría encontrar España uniéndose con las demás naciones europeas, en especial con aquellas que, como Italia y Francia, pueden quedar incluidas junto con ella en el rubro común de la latinidad. Pero la respuesta no lograría adquirir jamás vigencia social. En la naturaleza misma de las cosas está que los elementos más aptos para unirse de modo duradero han de ser los que se encuentren mutuamente dotados de mayor afinidad. Por tal motivo, seria ridículo intentar establecer unión prescindiendo de la afinidad o, con mayor razón aún, yendo en contra de sus exigencias. Tal contubernio no podría sino engendrar monstruos. Las ramas no podrán mantenerse lozanas sino en comunión vital con la raíz. Pero que no se inquieten los europeístas. La Hispanidad no ha tenido ni tendrá jamás el más pequeño matiz agresivo. La unión mutua de todos los miembros de la familia hispánica no tiene como objetivo excluir la unión con los demás países, sino tan sólo el procurar que dicha unión se efectúe en las debidas condiciones.


No hay tampoco que ver en ello manifestación alguna de soberbia. Lo que pasa es que cada nación representa un peón insustituible en el ajedrez divino, y que, por consiguiente, cada cual se halla obligada a cumplir con una misión determinada. Esto trae como consecuencia que cada nación debe también buscar y hallar los medios necesarios para llevarla a cabo, so pena de hacerse reo de cierto pecado de infidelidad colectiva. Ahora bien; es preciso confesar que el proceso histórico de desarrollo de la comunidad hispánica que estamos presenciando no ha dado motivo alguno para que se le pueda tachar de exclusivista o xenófobo. Lo único que se pretende es que se respete por todos la libertad de asociación. Si las restantes comunidades culturales o raciales no intervienen abusivamente en nuestros asuntos particulares no tendrán nada que temer de parte nuestra; pero si, por el contrario, se entremezclan en lo que no les atañe, no deberán admirarse que la reacción revista ciertos caracteres. Y conste que las intervenciones abusivas pueden ser de muchos tipos, y que, a veces, las más arteras son las más irritantes.


Resumiendo: el desarrollo y fortalecimiento de la Hispanidad, lejos de significar el abandono por parte de España, de su idiosincrasia y misión europeas, ha de brindarle, de suyo, los mejores instrumentos para su feliz y pronta realización. España se dirige a Hispanoamérica para sacar de esa unión las fuerzas necesarias que han de permitir imponer en Europa la vigencia estable de los valores europeos. En otras palabras, para hacer que Europa vuelva a ser europea. Para que la Europa geográfica y al través de ella el mundo todo entero vuelva a ser, otra vez, Europa espiritual.

http://lasantaalianza.blogspot.com/2009/07/hispanidad-versus-europa-del-padre.html

Conquistador.






Acurrucado en la sombra,
Que el trópico le ofrece,
Reposa el conquistador,
De la lucha que merece,


Con su caballo andaluz,
Con su intrépido lebrel,
Director de la hueste,
De hispánica sed,


Hueste vasca y extremeña,
Andaluza, leonesa, castellana,
Y alguno hay que también porta,
Su barretina catalana,


También va algún negrito,
Fuerte como un roble,
Hueste de espíritu hidalgo,
Heroísmo de coraje noble,


Morrión, espada y arcabuz,
Con las picas de Flandes,
De la Florida a Nuevo México,
Antillas, Amazonas, Andes,


Arrullan las ágiles armas,
Del pendón católico y real,
Nuevo Mundo de las Indias,
Frontera de caballería medieval,


La gran cruz de Santiago,
Guía al jefe conquistador,
Parecen sus enmarañadas barbas,
Motivo de fuerza de Sansón,


El fraile, capitán espiritual,
Dale su bendición evangélica,
Exhortando al apostolado,
En la española América,


Descansa, bravo guerrero,
Reposa para retomar fuerzas,
Sangre de Hispania fecunda,
Ideal vivo de entereza,


Conquistador español,
Cristocéntrica historia,
Tu fe es para Dios,
Tus andares para la gloria.


Escrito por Órdoñez en: http://lasantaalianza.blogspot.com

Where the tradition lives.







Without the religious character, Carlism can’t be understood. Carlism, defends Religion in the appropriate time and place that must be defended with the resources that circumstances need and against the attacks of the harmfulest enemy. Carlism, both in the political struggle and in the armed struggle, doesn’t want to be an independent guerrilla soldier neither an anarchic explorer, but a sturdy cover, an effective vanguard in the advances and an heroic rearguard in the retreats.

Since the parties were born in our country, because of the organization that was adopted in the Courts of Cadiz (1812), they was not intended to serve the truth of Spain; this truth would have given rise to an agreement, at least in the fundamental and most important things. But parties are committed to serving accidental, casual, accessories and individuals interests. However, even Carlism never sacrificed the values that were and will be permanent and eternal in Spain.

Carlism, was never absolutist, but the lie told by liberalism, went deep into the ignorant hearts. However they were absolutist: Ferdinand VII and liberal centralism; so both were and are derived from pagan forms of "Caesarism" and the French Revolution, which was repugnant to the mode of being of our people and our traditions.

Carlism is the guardian of Tradition, that doesn’t mean stagnancy, much less regression, but precisely transmission, evolution on a nerve guide, heritage that is given, a legacy that is enriched to be transmited whom come after. Only who receives and accepts the Tradition, can keep it, and only who keep it will can transmit it.

In the Tradition there are eternal values: the fear of God, the sanctification and love of family and neighbor, harmony between different social classes, the love of Fatherland, defense of religion, the respect for property, the value of authority and order, attachment to the customs and respect and solidarity between regions within the Hispanic Homeland. By Reke Ride.

sábado, 24 de octubre de 2009

Avantages de la monarchie




La monarchie comme régime politique
conférerait à l’état des qualités que la république ne lui permet pas : mémoire, unité (malgré la pétition de principe – toute théorique et universalisante – d'une république "une et indivisible"…), continuité, indépendance et souveraineté, responsabilité, légitimité, liberté.

- La mémoire
: Trente-six rois capétiens en huit cents ans. Trente de plus de Clovis à Hugues Capet. Quatre encore, si l'on remonte au légendaire Pharamond ancêtre de Clovis... Les Celtes nos ancêtres, eux-mêmes il y a plus de 2000 ans, se sont regroupés autour de Vercingétorix, mettant ainsi fin à leur divisions, première ébauche de notre sentiment national.
Au regard de la continuité profonde des trois races royales françaises (mérovingienne, carolingienne, capétienne), ce n'est pas des "quarante rois qui en mille ans..." dont il faudrait parler, mais des "soixante-dix rois qui en quinze siècles" ont sinon fait la France au pied de la lettre, du moins étroitement façonné notre pays, dans sa géographie, sa langue, sa religion, ses arts, ses mœurs, sa politique au sens le plus noble du terme... L'héritage de la Monarchie apparaît ainsi à tous les Français comme vieille de quinze siècles depuis Pharamond (Ve siècle). Elle appartient indivisément à nous tous.
La mémoire , la conscience nationale est en crise.
Add. Ceux qui jettent un voile sur notre passé, veulent enfouir la monarchie française ou simplement la cacher (les candidats aux présidentielles de 2007 pour qui la France c'est 1789 et les "valeurs de la république"...), mais ceux aussi faisant oeuvre de grands résistants qui écartent systématiquement la solution royaliste avec ceux et celles qui la défendent, sont autant responsables de la situation que les premiers, voire plus en raison de la tromperie.

Sauf à se dissoudre et à disparaître, sans le sentiment aigu de ce passé glorieux et de ce passé commun, les Français manqueront leur avenir.

- L’unité, sans laquelle il ne saurait y avoir d‘autorité véritable et qui est indispensable pour garantir l’indépendance nationale. La démocratie au contraire divise les Français et entretient un état continuel de guerre civile. Dans une démocratie, l'intérêt général, les intérêts supérieurs du pays sont sacrifiés aux luttes partisanes et à influence des lobbys.

- La durée. La monarchie c'est la durée! (pas 5 ans...)

- La représentation. La monarchie représente la nation française ; elle a historiquement conduit la nation à son plus haut degré de civilisation. Elle est le trésor de notre nation que la république n'effacera pas.

- La continuité. Des successions paisibles conséquences de l’hérédité du pouvoir. Ainsi, des objectifs précis, déterminés, peuvent-ils être atteints au long terme. Ce n'est pas le cas de la république qui change de politique à chaque nouvelle mandature.
La continuité du pouvoir monarchique sur huit siècles, la lente et patiente ascension au sommet de notre nation est le fruit de la monarchie, non de la république. Tout ce qui existe avant 1792 nous appartient.
Cette continuité contraste fortement avec l’instabilité institutionnelle des deux derniers siècles. La descente au rang international en est la preuve tangible.

- L’indépendance et la souveraineté. La monarchie est la qualité d’un régime qui ne repose pas sur l’élection, laquelle lie le pouvoir à l’opinion publique, mais aussi aux financiers, l’obligeant à pratiquer une démagogie éhontée pour recueillir des suffrages. Au final, notre nation se trouve enchaînée dans les liens de la haute finance libérale mondialisée.
Pour tenir la base, le régime électif est obligé de centraliser l’administration du pays. Dans les provinces, il détruit les libertés locales, municipales, régionales, professionnelles, toutes ces petites républiques à qui le roi permettait de vivre et de s’organiser librement.
Dégagé des soucis électoraux, indépendant des lobbys (sens latin de l'"absolutisme" = sans liens), le roi serait en situation d'être un arbitre.

- La responsabilité. Les intérêts dynastiques et personnels du Roi se confondent avec les intérêts nationaux, tandis que le pouvoir démocratique dilue la responsabilité dans les majorités et les scrutins. ... Après moi le déluge ne peut être le mode de fonctionnement du roi.

- La légitimité, c’est à dire un pouvoir s’exerçant en vue du seul bien commun, indépendant des groupes d’intérêt et des puissances d’argent. L’Etat royal puise sa légitimité dans l’Histoire et les services qu’il a rendus au pays au cours des siècles.

Il n’y a pas de légitimité en démocratie puisque le pouvoir est le fruit des compétitions électorales et que les partis l’exercent selon les caprices de l’opinion. La corruption qui la ronge finit de lui enlever toute légitimité.

L’histoire confirme ces simples vérités politiques. La Monarchie traditionnelle, héréditaire, décentralisée et représentative a fait la France et l’a conduite à son apogée. Le bilan des régimes démocratiques, républiques ou empire, est autrement lourd : morts par centaines de milliers, cinq invasions armées depuis 1792, une invasion sans arme depuis les années 60, instabilités constitutionnelles, luttes intestines, révolutions, affaiblissement de la France.
Les royalistes travaillent à changer ces institutions. Ayant condamné le régime "républicain", ils s’emploient à en débarrasser la Nation. Ayant reconnu dans la Monarchie la vérité historique de la France, et son régime gouvernemental naturel, ils s’efforcent de la restaurer.
- La liberté. "La plus libérale des démocraties actuelles est bien plus absolue que la monarchie dite 'absolue'... En effet, l’autorité étatique y est beaucoup plus à même d’imposer sa volonté..." (Jean-Louis Harouel, L’esprit des institutions d’Ancien Régime, Le miracle capétien, Perrin, 1987).

C'est que "la royauté française, marquée par le christianisme (...) était fondée sur la justice, la paix et les vraies libertés qui sont les incessantes aspirations du peuple français" (Alphonse duc d'Anjou et de Cadix, Lettre aux directeurs de "Mémoire", 21 juin 1985).

"Tout bien considéré, ce concept de liberté qu'a imposé la Révolution, n'est rien d'autre que la théorisation du refus de tout ce qui peut de l'extérieur, ordonner l'action de l'homme ; c'est le rejet de toute autorité qui ne provienne pas de soi-même.
Mais si l'on admet qu'une action n'est plus libre dès lors qu'on y est poussé par une quelconque raison extérieure, ne devient-il évident que l'homme n'est plus libre du tout ? Cette fausse conception de la liberté qui débouche nécessairement sur le nihilisme, est une absurdité totale.
Mais il y a une autre conception de la liberté. Dieu a créé l'homme libre non pas libre de faire ce qui lui plaît, mais libre d'agir en fonction d'un choix ou d'un jugement. Passer de la servitude à la liberté, c'est, pour le chrétien, être délivré du joug du maître pour passer sous l'autorité du Père, c'est-à-dire de Dieu qui est "notre Père".
On mesure dans tout cela, combien la conception chrétienne traditionnelle de la liberté est opposée radicalement à l'idée révolutionnaire de liberté.
En utilisant ce concept de liberté - au singulier - nous nous plaçons sur le terrain de la philosophie ou de la théologie. Mais à l'échelon social et politique, cette liberté se manifeste concrètement au pluriel : on parle dès lors des libertés qui sont aussi nombreuses que les divers pouvoirs qu'il est donné aux hommes d'exercer en raison de leurs réelles compétences. Telle était la conception qui prévalait sous l'ancien régime. A l'Etat le soin de la direction générale des affaires, de la paix intérieure et de la sécurité extérieure de la nation - attributs régaliens conformes au domaine de compétence du roi et donc de son autorité - mais libertés partout ailleurs et dans chaque ordre en raison des compétences de chacun.

Des historiens n'ont pas craint de d'écrire que l'ancien régime était "hérissé de libertés" : libertés et autorités, en effet, des organisations professionnelles, des familles, des corps intermédiaires, des provinces, des communes, mais aussi de l'Etat et de l'Eglise. (...) Nous sommes bien éloignés, aujourd'hui, d'une telle conception de la société et des rapports entre les hommes, mais il n'est pas interdit, précisément, d'y réfléchir" (Alphonse duc d'Anjou et de Cadix dans un message du 25 janvier 1987).

"Ces libertés des français sous la monarchie 'absolue' grouillent innombrables, actives, variées, enchevêtrées et souvent confuses, en un remuant fouillis" (Frantz Funck-Brentano, L’Ancien régime, Fayard, 1926).
D'autre part, il faut savoir qu'on votait plus sous l'ancien régime qu'aujourd'hui, et les sujets étaient amenés à donner régulièrement leur avis : votes dans les communes, dans les corps de métiers, cahiers de doléance et états généraux, parlements provinciaux, etc. C'était essentiellement un vote local, provincial, parfois un vote corporatif, un vote par profession, corps de métiers, etc. Les femmes votaient dès le Moyen Âge. "En fait, lors de la 'nuit du Moyen Âge', les femmes étaient souvent convoquées aux conseils au même titre que les hommes et, de façon toujours active, à la gestion des affaires. ... On les voyait voter lors des assemblées politiques. ... L'exclusion de la femme ne date absolument pas des 'siècles obscurs' mais vint bien plus tard, de 'la modernité'. Au moment où l'on proclamait les droits de l'homme, l'égalité de tous et la libération des opprimés, nos lois françaises ont interdit, et pour de longues années, aux femmes de prendre part aux affaires de l'Etat. Les défenseurs des trois grandes vertus inscrites aux frontons des édifices publics et des temples républicains décidèrent qu'elles devaient rester en leurs foyers. ... De bons esprits disaient tout haut que laisser voter les femmes serait apporter un nombre considérable de voix au 'parti des curés' défenseur des libertés de l'Eglise. ... La France des droits de l'homme fut ainsi le dernier pays dit 'démocratique' à accorder le droit de vote aux femmes. Ce fut une loi de 1944, plus d'un demi siècle après la Nouvelle-Zélande (1893) et l'Australie (1903)" (Jacques Heers, Un homme un vote? Editions du Rocher, 2007, p. 19-21). Direct, local, ce vote avait beaucoup plus de puissance et d'efficacité que le vote dit "démocratique" d'aujourd'hui. Un vote sain, naturel, sans groupes financiers derrière, les gens connaissaient le sujet du vote et pouvaient donner un avis éclairé.

Les "démocraties" sont une farce


En 1950, Maurice Duverger, professeur à l'université de Paris et spécialiste de l'étude des partis politiques, affirmait que « l'organisation des partis n'est certainement pas en accord avec l'orthodoxie démocratique... » et que « les parlementaires eux mêmes sont soumis à cette obéissance : la discipline du parti. » Il ajoutait : « Nous vivons avec une notion totalement irréelle de la démocratie. »

« "Gouvernement du peuple par le peuple", " gouvernement de la Nation par ses représentants" : [...] belles formules qui ne signifient rien. On n'a jamais vu un peuple se gouverner lui même, et on ne le verra jamais. »

Rousseau lui même l'a dit ; (il est l'auteur du Contrat Social et le père de la démocratie 'libérale') : « En prenant le terme dans la rigueur de son acception, une véritable démocratie n'a jamais existé et n'existera jamais ».

****

Dans l'Antiquité

A Athènes, contrairement à la légende, la démocratie n'existait pas. Celui qui dirigeait Athènes, Périclès, le pseudo-inventeur de la "démocratie", dirigeait la foule, il ne se laissait pas diriger par elle. Thucydide écrit: "au lieu de se laisser diriger par elle, il la dirigeait. ... Sous le nom de démocratie c’était en fait le premier citoyen qui gouvernait » (Thucydide II, 45, 5 ; 8-9).

A Rome, la "république romaine", fondée par les Etrusques, était d'abord une dictature plus oligarchique que monarchique, avec un roi. Suite au coup d'Etat de Pélopidas qui chassa les oligarches, s'instaura une démocratie populaire. La "république romaine" devenait un régime d'assemblée unique (le Sénat de Rome) que dirigeait la caste fermée des patriciens au détriment de la plèbe (le peuple). Cette assemblée se livra à de redoutables combats d'influences aboutissant à des guerres civiles et armées mobilisant les légions des généraux-sénateurs. L'empire y mit un terme.

La démocratie "moderne"

La démocratie se déclare "le gouvernement du peuple par le peuple". Une telle théorie est antireligieuse et antinationale.

* Antireligieuse: elle fait dépendre toute vérité, toute autorité, toute liberté, non plus de Dieu, non plus d'autorités politiques et sociales, mais de l'homme.

* Ou plutôt de la masse des hommes, de leur volontés arbitraires décrétées 'Volonté générale' à 'la majorité' contre les minorités nationales. D'où division nationale à chaque "élection".

La corruption, développement naturel de la "démocratie"

L'évolution naturelle de la "vie démocratique" (on devrait plutôt parler de mort démocratique) produit une hyperclasse corrompue, courtisée par des groupes de pression capitalistes, financiers, syndicalistes, aujourd'hui véritablement apatrides et mondialistes. Les soit-disant "représentants du peuple" ne représentent que des partis politiques qui les auront eux-mêmes préalablement choisis sur des critères propres distincts de ceux du peuple réel. Le peuple là-dedans ne joue le rôle que d'avaliseur de choix déjà réalisés avant lui.

Notre "démocratie" est un esclavage qui transforme les européens en serfs du nouvel ordre mondial.

Livré à la "démocratie", le peuple réel ne peut s'en délivrer! Ceux qui veillent sur la perpétuation de la "démocratie" sont ceux qui profitent du système qui périnise leurs propres intérêts de classe. Un régime qui fonctionne si bien pour eux.

Ce "régime de libertés et de progrès" exige un mécanisme électif. Ceux qui le détiennent sont maîtres du pouvoir apparemment "populaire" mais en réalité oligarchique. La ploutocratie achète les suffrages des maisons de presse et d'édition qu'elle s'est approprié. Elle fait élire ses candidats après des mois de matraquage médiatique. Une hypnose.

Au-dessus du peuple réel, muselé, nivelé, ciselé, puis décapité de ses élites naturelles, se pavane une minorité qu'on appelle à juste titre "la classe politique" ou "classe dirigeante". Cette classe jouit d'un pouvoir de droit quasi théocratique (théocratie absolue de droit occulte) qui fait qu'un Nicolas Sarkozy aujourd'hui a plus de pouvoirs qu'un Louis XIV. L'astuce sur laquelle le système repose est la prétendue "démocratie", les prétendus "débats démocratiques", les prétendues "élections libres" par un peuple intoxiqué.

Comment subsiste l'instrument de l'esclavage moderne?

La "démocratie" dure par sa majorité centriste "de droite" ou "de gauche", à tour de rôle, union du libéralisme et du socialisme.

La droite conservatrice actuelle ne conserve que les forces du marché. Elle gère la société sans plus aucune préoccupation religieuse, sociale, nationale et familiale. Assujettie au marché, à la croissance continue de la production, elle est une machine infernale condamnant la morale comme anti-économique. Exemple: le travail dominical. Bientôt, à quand le retour du travail des enfants?

La gauche "socialiste" oppose à ce matérialisme morne un semblant d'idéalisme et d'Humanisme. Elle se fait un programme de la Justice et de la Liberté quand elle les supprime! La Justice socialiste autorise les gouverne-ments à développer le contrôle puis la confiscation des activités politiques, économiques, éducatrices et sociales entre les mains d'une administration pléthorique, paralysante et parasite dont les militants mercenaires collaborateurs fournissent le personnel.

La petite guerre entre patronat et syndicalistes en cache une autre, la grande guerre que ces deux monstres dévorants, en secret accord, fond à ceux qui défendent authentiquement la justice et les libertés réelles, les gloires nationales, le patrimoine religieux et moral de la nation, sa diplomatie et sa sécurité, l'ordre public et la paix sociale, l'indépendance de la magistrature, la vie rurale, la vitalité des familles...

Comment mettre fin à l'esclavage moderne?

La monarchie chrétienne : une personne indépendante au-dessus des partis

"Le commandement de plusieurs n'est pas bon: qu'il y ait un seul chef, un Roi!" (Ulysse)

Le monarque absolu (sans liens en latin et nons pas sans limites), roi qui concentre en lui tous les pouvoirs, gouverne au-dessus des intérêts particuliers et des pressions partisanes et des puissances d'argent. Il n'a pas en réalité tous les pouvoirs tel un despote (les libertés françaises, les Lois fondamentales du royaume sont des contre-pouvoir que le roi ne peut enfreindre); mais il décide de toutes choses politiques en dernier appel.

Il y a certes un risque à s'assujettir au pouvoir d'un seul. Mais il y a moins de risque à donner sa foi à une personne, la personne royale, libre conscience de chrétien, qu'à une multitude anonyme, irresponsable, inconsciente des enjeux et indifférente aux intérêts nationaux à long terme.

Le pouvoir personnel du roi est le plus haut degré de raison et d'expérience, de sagesse et de conscience, de volonté, d'initiative et de décision qui puisse se rencontrer en politique. Telle est la vertu propre au pouvoir personnel royal qu'il place sa personne en dehors du jeu des factions, au-dessus des rivalités d'intérêts ou de classes, au centre de compréhension la plus large et de détermination la plus étendue qui lui permet au mieux de juger du bien commun et de le décider.

Seguimos ofreciendo la continuación del artículo "El mito de la "España de las tres culturas"", de José Luis Martínez Sanz.
"La invasión musulmana en España provocó varias realizaciones: fuga casi general de la nobleza goda y del alto clero, traición y alzamientos por parte de los judíos, pasividad de las clases serviles, abandono en masa de algunas ciudades y resistencia de pocas, que unas obtuvieron conciertos y otras cayeron bajo la dura ley de la conquista (...) Por de pronto, los españoles sometidos desaparecen de la Historia"

(Manuel Gómez-Moreno, "Ideas sobre historia, cultura y arte", Retazos, CSIC, Madrid, 1970, p. 53.)
UN ERROR DE PRINCIPIO

Si examinamos uno por uno los argumentos de los triculturalistas, encontramos rápidamente su primer error grave: se olvidan de los nueve primeros siglos de la existencia de España como unidad sociopolítica. Para ellos no existe la España hispanorromana (218 a.C-456 d.C.), aquella Hispania que llegó a estar dividida en 6 provincias o circunscripciones, pero que supuso la fusión de celtas, iberos y celtíberos con los romanos, todos con una única cultura y una única religión, primero pagana y luego cristiana. Podrían decir que España (Hispania) no era una unidad políticamente independiente, pero tampoco lo eran los griegos de la época clásica y sólo un loco se atrevería a poner en duda que constituían una única cultura.

Por el contrario, sí era una unidad políticamente independiente la España visigoda (141/456-711): aquellos germanos llegaron a la península enviados por Roma a luchar contra suevos, vándalos y alanos, y se entremezclaron con los hispanorromanos mediante matrimonios. Más tarde, tras el III Concilio de Toledo (en el año 589), la unidad religiosa en la fe católica de los hispanorromanos produjo la fusión total, formando una unidad política social y cultural. Se puede decir, con Ramos-Oliveira, que la España visigoda duró menos de trescientos años, pero fue un período de intensa unificación.

Olvidar tantos siglos de nuestra memoria histórica es estúpido; pero mentir para que nosotros los olvidemos, es una canallada y un crimen o genocidio cultural. No es admisible científicamente, por ejemplo, que alguien haga una relación "visigodo-germánico-Hitler" que le produzca repelús, pues es algo que está fuera de lugar y es falso en sí mismo. Guste o no, España tiene unas claras aportaciones étnicas y culturales romana y germánica que la asemejan desde entonces a todos los demás pueblos europeos. Y esa parte de la historia y de la cultura española no puede olvidarse, porque dejaría de explicar todo lo que vino después y lo que ahora somos.

Ese tiempo presuntamente idílico en el que -dicen- convivieron en paz y armonía las tres culturas es un invento o fantasía de gentes bien intencionadas, como el escritor Juan Goytisolo, o de tendenciosos que buscan ladina e interesadamente tergiversar nuestra historia. A los primeros ya les contestó acertadamente el escritor Carlos Semprún Maura; a los segundos, conviene recordarles lo que ya en 1913 escribía el gran maestro Gómez-Moreno: "La invasión musulmana en España provocó varias realizaciones: fuga casi general de la nobleza goda y del alto clero, traición y alzamientos por parte de los judíos, pasividad de las clases serviles, abandono en masa de algunas ciudades y resistencia de pocas, que unas obtuvieron conciertos y otras cayeron bajo la dura ley de la conquista (...) Por de pronto, los españoles sometidos desaparecen de la Historia". Y es que una guerra es siempre una guerra, aunque haya momentos en que el ardor bélico disminuya, o instantes en que se llegue a la confraternización (o al colaboracionismo, como ocurrió en la Francia de 1941), pero toda guerra implica muertes, odios y violencia, no convivencia. Para mayor precisión, y fijándonos en algo reciente que todos nosotros hemos vivido, recuérdese que no es lo mismo convivencia que coexistencia: por eso se llamó "coexistencia pacífica" a lo que se dió entre el mundo occidental y el mundo comunista en el período 1962-1989.

José Luis Martínez Sanz, "El mito de la 'España de las tres culturas'"

SANTO REINO TRADICIONALISTA

viernes, 23 de octubre de 2009

Números, piezas, hombres; individuos masas sociedades.


El liberalismo asume al sujeto como individualidad que se cuenta.

El totalitarismo lo transforma en pieza de la máquina colectiva.
El tradicionalismo lo toma en el peso social que efectivamente tiene.
El liberalismo habla de libertad abstracta.
El totalitarismo niega la libertad por postular la igualdad.
El tradicionalismo considera libertades concretas, únicas que salvaguardan la dignidad ontológica igual a todo
hombre, fomentando la desigualdad ética con el estímulo al ascenso por el servicio y la virtud.
Para el liberalismo el hombre es un número que vota.
Para el totalitarismo el hombre es una pieza de colección.
Para el tradicionalismo el hombre es un ser concreto: un padre de familia, un vecino de un municipio, un catedrático,
un empresario, un obrero, un agricultor, un arquitecto o un comerciante.
El liberalismo hace del hombre un número del censo.
El totalitarismo hace del hombre la pieza de una máquina.
El tradicionalismo ve a los hombres concretos de carne y hueso.
El liberalismo ignora la realidad social viva, encuadrando la sociedad en un agregado de individuos.
El totalitarismo ignora también la realidad social, a la que recorta a masa esclavizada de un Estado omnipotente.
El tradicionalismo recoge la realidad social tan como es. Sin desmoronarla en individuos, ni permitir sea absorbida
por el Estado. Por eso es el tradicionalismo la concepción política realista por excelencia.
El liberalismo disuelve el natural entramado social.
El totalitarismo lo sustituye por apéndice y fleco y colgajo del aparato estatal.
El tradicionalismo afirma la sociedad en la realidad efectiva que es.

jueves, 22 de octubre de 2009

El saber hacer.




Guarda frecuente silencio, no digas más que las cosas necesarias, y dilas en pocas
palabras. Cuando la ocasión lo exija, habla, pero no de cosas triviales y comunes: no hables ni de juegos de fútbol, ni de la lotería, ni de estrellas de cine, ni de bebidas, ni de comer, que son tema de conversación ordinaria. Sobretodo no hables nunca de persona alguna, ni para injuriarla ni para alabarla, ni para hacer comparaciones. Si pueden entonces, has caer por tu discurso, la conversación de tus amigos, sobre lo que es decente y conveniente, y si te encuentras con extraños, cállate. No rías, ni mucho, ni frecuente, ni con exceso. Evita, si se puede del todo, el juramento, y si no, según lo permitan las circunstancias. Evita los convites públicos y de quienes no sean filósofos, pero si has de hacerlo, redobla la atención sobre ti mismo, a fin de no dejarte llevar por los modos y maneras de hacer del vulgar. Sábete que, si alguno, en estos convites, es impuro, aquel quien con él se roce, por limpio que sea, será igualmente impuro. En lo que respecta al cuerpo, sólo usa lo estrictamente necesario cuando las necesidades del alma lo demanden, por ejemplo; el alimento, el vestido, el techo, la servidumbre. Y excluye lo que lleve a ostentación o molicie. Con respecto a los placeres del amor, abstente, si puedes, antes del matrimonio, y si gustas de ellos, que al menos sea, según la ley. Pero no seas severo con aquellos quienes los usan, no los reprendas ni censures, ni te vanaglories de tu continencia. Si alguien te hiciere saber que un individuo habla mal de ti, no te defiendas, ni refutes lo que haya dicho, sino que responde: “Aquel que ha dicho aquello de mí, ignora sin duda mis otros defectos, de lo contrario no habría dicho sólo estos.” No es necesario, en absoluto, ir de seguido al cine y a los juegos deportivos. Y, asistes en alguna ocasión, no te preocupes sino por ti mismo, esto es, quiere sólo que suceda lo que suceda y que venza sólo el vencedor; porque así no tendrás tropiezo. Evita el gritar o burlarte o conmoverte por algo o por alguien. Y una vez te hayas alejado, no hables mucho de lo que has visto, pues esto no serviría para corregir tus errores, ni te tornaría un hombre más honesto; ya que estas largas entrevistas testimonian que sólo el espectáculo ha llamado tu atención. No vayas ni a los espectáculos, ni a las piezas de teatro, o al menos, no sin motivo. Pero si allí te encuentras, guarda gravedad y compostura, y no muestres desagrado. Cuando debas conversar con alguien, sobretodo con quienes se considera superiores en la ciudad, proponte a ti mismo, la pregunta sobre lo que hubieran hecho en tal ocasión Sócrates o Zenon. Por este medio, no estarás embarazado por hacer lo que es de tu deber y por usar convenientemente lo que ocurra Cuando visites a alguien poderoso, imagínate de antemano que no le encontrarás en casa, o que se negará, o que no se dignará abrirte la puerta, o que no se ocupará de ti. Si, a pesar de esto, deber allí ir, soporta lo que llegue y no te digas “no valía la pena”. Pues es lenguaje de un hombre vulgar, de un hombre sobre el que las cosas exteriores tienen mucho poder. En las conversaciones ordinarias, evita recordar muy a menudo y sin medida algunos de tus hechos o peligros por los que has pasado. Pues el oír tales cosas, no agrada a los demás, ni a ti mismo el recordarlas. Evita incluso jugar el papel de hazme reír. Uno es inducido por tal vía a deslizarse en el género de aquellos que no son filósofos, y al mismo tiempo esto puede disminuir el respeto que de ti se tiene. Es igualmente peligroso dejarse llevar por discursos obscenos, chistes vulgares, y, cuando te encuentres con tales conversaciones, que no faltan, si la ocasión lo permite, reprende a quien lo inició, o al menos que tu silencio, testimonie, por el rubor de tu frente y por la severidad de tu rostro, que estos modos de conversación no te gustan.

La virtud según Epicteto.

En cada cosa que se presente, recuerda entrar en ti mismo y buscar allí alguna virtud
que tengas para hacer uso adecuado de este objeto. Si ves a un joven o a una niña
bellos, encontrarás para tales objetos, una virtud; abstenerte . Si es algo que fatiga,
algún trabajo, encontrarás; coraje; si son injurias, afrentas, encontrarás; resignación y
paciencia 12 .
Si así te acostumbras a desplegar, en cada accidente, la virtud que la naturaleza te
ha dado para el combate, tus fantasías no te cautivarán nunca.

La méntira de Al-andalus.

Estimado lectores, hoy en vez de escribir voy a poneros un vídeo.

http://www.youtube.com/watch?v=Mp8-MXRHXmc


Pronto solventaré el problema que tengo con el vídeo y podrá ver sin tener que recurrir al link.

martes, 20 de octubre de 2009

La nobleza.





Decía Luis Vives: "La verdadera y sólida nobleza nace de la virtud. Necedad es gloriarte de un padre noble, si tú eres vil y mancillas con tu torpeza la hermosura de aquel linaje".
En su obra Le marquise de Lourore, dice Edmond About: "Un hijo de casa noble abofeteará al insolente que ponga en duda la virtud de su madre; sin embargo, él mismo no oculta que su abuela tuvo ciertos devaneos; y, en cuanto a su tatarabuela, si por ventura obtuvo favores de Luis XV su vanagloria es grande. De este modo, la vergüenza de los nuestros, a medida que se aleja de nosotros, se convierte en gloria." Un grande de España se dirigió un día al general Weyler, que acababa de ser elevado a la grandeza, y le tuteó: -¿Quién le ha dado permiso para tutearme?- le dijo el general. -Es costumbre entre nosotros los grandes-dijo el otro. -Pues sepa usted, mozuelo, que mi grandeza empieza en mi. A la muerte del gran hereje Lutero en 1546, los protestantes manifestaron frecuentemente su rebeldía contra la Iglesia. Carlos I de España, de acuerdo con el Papa y con su hermano Fernando, a quien había cedido los dominios hereditarios de Alemania, resolvió hacerles la guerra. El 24 de abril de 1547, obtuvo el emperador la victoria de Mühlberg; en ella hizo prisionero al príncipe elector de Sajonia, cuya vida ofreció a su esposa a cambio de la ciudad de Wittemberg, en cuya catedral o iglesia del castillo había clavado, años antes, Lutero sus célebres 95 tesis. En la propia iglesia estaba enterrado Martín Lutero, y el duque de Alba propuso a Carlos I que desenterrase el cadáver, lo quemase y aventase las cenizas, a lo que el emperador respondió: -Dejémosle reposar: ya ha encontrado a su juez. Yo hago la guerra a los vivos y no a los muertos. Cuando el barcelonés Pedro Maristany fue nombrado conde de Lavern, un amigo le dijo: -No sé, te encuentro un poco pachucho, ¿qué te pasa? -Debe ser el cambio de sangre-respondió Maristany. Del mismo se cuenta que encargó a su criada que, a todos los que iban a felicitarle por el título, contestase: -El señor no está en casa. Ha salido a probarse la armadura. Un día, Napoleón, con cierta ironía e incredulidad le preguntó al príncipe Massimo, italiano célebre por su extensa genealogía: -¿Es verdad, príncipe, que creéis descender de Fabio Máximo Cunctator? -No lo sé, sire. Lo único que puedo deciros es que es un rumor que desde hace 2.000 años corre por nuestra familia. Carlos Fisas

De laude spanae




San Isidoro de Sevilla, el más importante representante de la cultura en la época visigoda, en su "De Laude Spaniae":
"De todas las tierras, cuantas hay desde Occidente hasta la India, tú eres la más hermosa, ¡oh sacra España, madre siempre feliz de príncipes y de pueblos! Bien se te puede llamar reina de todas las provincias....; tu honor y ornamento del mundo, la más ilustre porción de la tierra, en quien la gloriosa fecundidad de la raza goda se recrea y florece. Natura se mostró pródiga en enriquecerte; tú, exuberante en frutas, henchida de vides, alegre en mieses..., tú abundas de todo, asentada deliciosamente en los climas del mundo, ni tostada por los ardores del sol, ni arrecida por glacial inclemencia....Tú vences al Alfeo en caballos, y al Clitumno en ganados; no envidias los sotos y los pastos de Etruria, ni los bosques de Arcadia... Rica también en hijos, produces los príncipes imperantes, a la vez que la púrpura y las piedras preciosas para adornarlos. Con razón te codició Roma, cabeza de las gentes, y aunque te desposó la vencedora fortaleza Romulea, después el florentísimo pueblo godo, tras victoriosas peregrinaciones por otras partes del orbe, a ti amó, a ti raptó, y te goza ahora con segura felicidad, entre la pompa regia y el fausto del Imperio". San Isidoro escribió esto muchos siglos antes de que existiera Castilla, Aragón, Cataluña, Valencia, Portugal.....Por supuesto no hace falta decir que en aquella época España era toda la península. Los habitantes de la península, ya fueran de origen visigodo o hispanoromano, tenían un concepto de España claro, era su tierra, su patria, su nación y todos los habitantes de la península eran compatriotas, eran españoles. Así que los habitantes de las tierras de lo que hoy es Portugal ya eran españoles mucho antes de que Portugal existiera. Después de la invasión musulmana las casas nobiliarias que reinaron sobre los reinos cristianos eran de ascendencia visigoda, porque en esa ascendencia basaban su legitimidad para ser reyes, como nuestro famoso Don Pelayo, que era un noble visigodo, nieto del rey Recesvinto. Los diferentes reinos medievales españoles, fueron los instrumentos usados para recuperar la integridad y la unidad de España.

sábado, 17 de octubre de 2009

¡ATENCIÓN! abortar es ''moderno, europeo y progre''


No sé cuánta gente ha asistido a la manisfestación que ha tenido lugar hoy en Madrid. Ni la iglesia, ni los pusilámines del PoPo la habían convocado. A medida que uno lee las noticias en los distintos medio de comuncación de masas ( nombre más feo), uno ha ido viendo el resentimiento sin sentido que muchas personas tienen hacia la Iglesia católica (la verdadera). El servidor también ha visto un serie de comentarios que lo han dejado aterrorizado: Abortar en moderno, europeo y progre. Por lo tanto si queremos ser parte de la UE (cosa que yo, al menos, no quiero) tenemos que matar a seres incapaces de defenderse, esa en la mayor bajeza moral que puede existir. Hace setenta años, un señor llemado Adolfito, se dedicó a practicar la eugenesia en masa en su país con la escusa de la limpieza de sangre y mejorar la raza. Hoy en día nosotros lo hacemos por el mero hecho de querer parecer europeos. Eso es lo que parece que unos quieren a primera vista, hay algo mucho más profundo. El rojo, liberal, masón, progre es cobarde por naturaleza. Quieren tener derecho a abortar cuando los venga en gana porque no quieren, en su cobardía natural y egoísmo idelógico, tener que dar su tiempo a lo mejor que le puede pasar a un ser humano, tener un hijo. España nunca fue país prolífico, por lo que con este nueva ley, no seremos capaces de sobrevivir una centuria más sin caer en el olvido y el multiculturalismo.

El tema del derecho a la vida es un tema de derechos humanos; no es un tema "religioso". Los abortistas tienen suerte de que sus madres no hayan pensado igual sobre su destino, sencillamente no estarían aquí.

CONTRA NUESTRA EXTINCIÓN, SUBLEBACIÓN

viernes, 16 de octubre de 2009

San Eulogio.

Vamos a proseguir desmontando el mito de las tres culturas, con la vida de otro mártir hispano.








11 de marzo

SAN EULOGIO DE CÓRDOBA

(† 859)

San Eulogio es el gran padre de la mozarabia, el renovador del fervor religioso entre la cristiandad cordobesa y andaluza en medio de la lucha que hubo de sostener con las autoridades islámicas durante el siglo IX. Conocemos su figura por sus propios escritos: las cartas, el Memorial de los mártires, el Documento martirial, y por la biografía que de él escribió su amigo Alvaro Paulo. Aunque estuvo empeñado en una lucha porfiada con el Islam, su nombre no aparece en las historias hispanoárabes, cuyos autores miraron con la mayor indiferencia la gran epopeya martirial.

Nacido hacia el año 800 en el seno de una de las más rancias familias de Córdoba que, en medio de la apostasía general, había conservado fielmente las prácticas de la vida cristiana, recibió en el hogar los primeros rudimentos de la educación religiosa. Su primer maestro fue un abuelo, que llevaba el mismo nombre que él y que cada vez que oía la voz del almuédano anunciando la hora de la oración a los musulmanes, rezaba de esta manera: "Dios mío, ¿quién puede compararse a ti? No calles ni enmudezcas. He aquí que ha sonado la voz de tus enemigos y los que te aborrecen han levantado la cabeza". Se le confió después, en vista del atractivo que tenía para él el estudio de los libros santos, a la comunidad de sacerdotes de la iglesia de San Zoilo, bajo cuya dirección dio los primeros pasos en el ejercicio de la piedad y de la ciencia sagrada. Juntóse a esto la influencia del más famoso de todos los maestros cristianos de Córdoba, el piadoso y sabio abad Esperaindeo, que gobernaba el monasterio de Santa Clara, cerca de Córdoba. Allí conoció a otro alumno que había de ser su biógrafo, Alvaro, y allí estrechó con él una amistad que había de durar mientras viviese.

Alvaro fue el amigo perfecto, el partícipe de sus santos ideales, el colaborador leal en todas sus empresas, apasionado como él de la ciencia isidoriana, y como él, inquebrantablemente asido a las viejas tradiciones patrias. El, a su vez, ve en el descendiente de los magnates de la civitas patricia la cifra de todas las perfecciones: un alma grande encerrada en un cuerpo fino y delineado, en cuanto irresistible en el trato, una suave claridad en el semblante, el brillo del abolengo, la agudeza del ingenio, y en las costumbres, tesoros de gracia y de inocencia. Pero lo que no puede olvidar es aquella mirada bañada en un fulgor ultraterreno. Si Alvaro es el hombre impulsivo, Eulogio tiene una naturaleza inclinada al reposo de la contemplación. Pasados los umbrales de la juventud, se entrega a las actividades de la vida clerical, y entra a formar parte del colegio de sacerdotes que servía la iglesia de San Zoilo. No tarda en darse a conocer por su inflamada elocuencia y por la integridad de su vida. "Todas sus obras, dice el biógrafo, estaban llenas de luz; de su bondad, de su humildad y de su caridad podía dar testimonio el amor que todos le profesaban; su afán de cada día era acercarse más y más al cielo; y gemía sin cesar por el peso de la carga de su cuerpo". Sólo él estaba descontento de cuanto hacía. "Señor, decía más tarde, yo tenía miedo de mis obras, mis pecados me atormentaban, veía su monstruosidad, meditaba el juicio futuro y sentía de antemano el merecido castigo. Apenas me atrevía a mirar al cielo, abrumado por el peso de mi conciencia".

Para aminorar el tormento que le causaba este sentimiento de su indignidad pensó tomar el báculo de peregrino y hacer a pie el viaje a Roma. Esto era entonces una cosa casi imposible en Andalucía, y así se lo dijeron cuantos le rodeaban. Alvaro nos lo dice con estas palabras: "Todos resistimos aquella tentativa, y al fin logramos detenerle, pero no persuadirle". Tal vez Eulogio cedió, porque entre tanto las circunstancias le obligaron a hacer otro viaje, que no era menos difícil, pero que estaba justificado por una necesidad familiar: el deseo de saber noticias de dos hermanos a quienes los azares de la vida comercial habían llevado al otro lado de los Pirineos, y según se rumoreaba negociaban en las ciudades del Rhin. Era el año 845. Por más que hizo Eulogio no pudo salir de España. En Cataluña encontró los pasos cerrados por las luchas entre los hijos de Ludovico Pío. Retrocedió hasta Zaragoza y desde allí subió hasta Pamplona, donde le dieron las peores noticias de lo que pasaba al otro lado de Roncesvalles. Se acercó, sin embargo, a Gascuña, pero no pudo pasar el puerto. Para no perder completamente el viaje, decidió visitar los monasterios del país, Seire, Siresa, San Zacarías, etc., donde le regalaron libros preciosos, que se llevó como un botín a Córdoba. Eran obras de Porfirio, de Avieno, de Horacio, de Juvenal, de San Agustín. Los discípulos del abad Esperaindeo habían emprendido la noble tarea de restaurar en El Andalus la cultura isidoriana, sofocada por la invasión, y al frente de todos ellos estaba Eulogio. Fomentar los estudios, crear escuelas, formar librerías era para él defender la religión de sus padres y resucitar el sentimiento nacional. "Cada día, dice su amigo y biógrafo, nos daba a conocer nuevos tesoros y cosas admirables desconocidas. Diríase que las encontraba entre las viejas ruinas o cavando en las entrañas de la tierra... No es posible ponderar debidamente aquel afán incansable, aquella sed de aprender y enseñar que devoraba su alma... Y, ¡oh admirable suavidad de su alma!, nunca quiso saber cosa alguna para sí solo, sino que todo lo entregaba a los demás, a nosotros, los que vivíamos con él, y a los venideros. Para todos derramaba su luz el siervo de Cristo, luminoso en todos sus caminos: luminoso cuando andaba, luminoso cuando volvía, límpido, nectáreo y lleno de dulcedumbre."

Por el prestigio de su sabiduría y de su santidad el maestro de San Zoilo se había convertido en jefe del grupo más ferviente de la cristiandad cordobesa, sacerdotes celosos, fieles fuertemente apegados a sus creencias, ascetas de la sierra, monjes y monjas de una veintena de monasterios que había en la ciudad o en sus alrededores. La opresión musulmana, que a muchos los llevaba a la apostasía, había producido en ellos una reacción de amor exaltado a sus creencias. Es verdad que no había persecución propiamente dicha, pero la misma ley hacía la vida insoportable para un cristiano, y a la ley se juntaba el fanatismo popular, más intolerante tratándose de monjes y sacerdotes, cuya presencia en la calle daba lugar con frecuencia a escenas desagradables. A fines del reinado de Abd al-Rahman II la intolerancia se hizo más violenta, y en los primeros meses del año 850 empezaron los martirios y las decapitaciones: primero un sacerdote, después un mercader. Los cristianos más fervorosos protestaron presentándose ante el cadí para declarar la divinidad de Jesús y las imposturas de Mahoma. Inmediatamente eran torturados y degollados. Son ufanas doncellas, vírgenes admirables educadas desde la niñez en los monasterios, anacoretas encanecidos en la penitencia, soldados y gentes del pueblo. Algunos que habían renegado del Evangelio en un momento de debilidad aprovecharon aquel procedimiento para lavar su culpa. Otros, que eran cristianos ocultos, cuando la ley los obligaba a ser musulmanes, fueron arrastrados ante el juez por sus propios parientes.

El sultán, no sabiendo qué medida tomar contra aquellos hombres que se reían de los tormentos, acudió al arzobispo de Sevilla, Recafredo, y le dio orden de que anatematizase a los mártires e hiciese callar a sus defensores y panegiristas. Pareció al principio que esta medida iba a detener aquellos entusiasmos, pero hubo un grupo numeroso que rechazaba todo pacto con la infidelidad, que fue a parar en el calabozo. Al frente de ellos estaba el maestro de San Zoilo, que, lejos de someterse a las imposiciones del metropolitano, empezó a escribir un libro intitulado Memorial de los mártires, en que se proponía dar una historia de sus combates y una defensa de su heroísmo. Ya le tenía casi terminado, cuando un día de otoño de 851 se presentó en su casa la policía, y entre los lamentos de su madre y de sus hermanos lo llevaron a la cárcel. Aquel encierro le llena de alegría, porque le permite convivir con los otros prisioneros, instruirles y alentarles. Un día le dicen que dos jóvenes encerradas en un calabozo cercano están a punto de desmayar, vencidas por los sufrimientos y las amenazas. Inmediatamente se pone a escribir un libro, al cual dio el título de Documento martirial. Destinado a sostener el ánimo de estas dos vírgenes llamadas Flora y María, tuvo un éxito completo. Al mismo tiempo lee, reza, predica y escribe. Escribe su larga carta al obispo Viliesindo, de Pamplona; y con un detenido examen de los poetas clásicos, descubre las reglas de la prosodia latina, que se habían olvidado en España después de la invasión árabe.

Recobra la libertad a los pocos meses, pero sin renunciar a su culto admirativo por los confesores de la fe. La persecución arrecia cuando el emir Muhammad sucede a su padre Abd al-Rahman. Muchas iglesias fueron destruidas y muchas comunidades disueltas. El catálogo de los mártires se aumentaba cada día, y Eulogio aumentaba al mismo tiempo las páginas de su Memorial. Su escuela había sido clausurada, pero él seguía siendo el oráculo de la religión perseguida. Unas veces anda huido por la ciudad, otras se esconde entre las fragosidades de la sierra. Responde a los detractores de los héroes sacrificados con una obra, intitulada el Apologético, notable por su estilo, lleno de sinceridad y elegancia. Diez años duró aquella lucha épica, contra los musulmanes y los malos cristianos, diez años que fueron para él de un heroísmo continuado, tenso y jovial.

No obstante, Eulogio estaba triste al ver que iban muriendo y triunfando sus amigos, y que él estaba en pie, Su renombre era tal que, cuando en 858 murió el arzobispo de Toledo, el clero y los fieles de la sede primada de España eligieron para sucederle al humilde sacerdote de San Zoilo. Pero era necesaria la aprobación del emir, que le impidió salir de Córdoba. Por lo demás, Dios quería poner sobre su cabeza aquella corona del martirio, por la cual él había suspirado tanto.

Había en Córdoba una joven llamada Lucrecia, a quien la ley condenaba a ser musulmana por ser hija de un padre musulmán. Sin embargo, ella creía en Cristo, lo cual le acarreaba continuas amenazas y malos tratamientos. Huyendo de la venganza de los suyos, se refugió en la casa de Eulogio, el cual la recibió, sin temor a las leyes, que la condenaban a ella a perder la vida por su apostasía, y a él al tormento por el crimen de proselitismo. La policía se puso en movimiento. Entre tanto Eulogio rezaba, y hacía que la joven cristiana se refugiase en la casa de unos amigos. Al poco tiempo los dos fueron detenidos. Acusado de haber apartado a Lucrecia de la obediencia que debía a sus padres y al Islam, Eulogio contestó que no podía negar su consejo y su enseñanza a quien se la pedía, y que, según los principios mismos de los perseguidores, era preciso obedecer a Dios antes que a los padres. Llegó, incluso, a proponer al juez que le enseñaría el camino del cielo demostrándole que Cristo es el único camino de salvación. Irritado por estas palabras, ordenó el cadí que preparasen los azotes. "Será mejor que me condenes a muerte, dijo el mártir al verlos. Soy adorador de Cristo, hijo de Dios e hijo de María, y para mí vuestro profeta es un impostor."

Al proferir estas palabras Eulogio no era ya solamente un proselitista, sino también un blasfemo, incurso en pena de muerte. Sin embargo, el juez no se atrevió a cargar con una responsabilidad como aquélla. El primado electo de Toledo, el sacerdote más respetado por los cordobeses debía ser juzgado por el consejo del emir. Se le llevó al alcázar y allí se improvisó un tribunal, formado por los más altos personajes del gobierno. Uno de los visires, íntimo de Eulogio, compadecido de él, le habló de esta manera: "Comprendo que los plebeyos y los idiotas vayan a entregar inútilmente su cabeza al verdugo; pero tú, que eres respetado por todo el mundo a causa de tu virtud y tu sabiduría, ¿es posible que cometas ese disparate? Escúchame, te lo ruego; cede un solo momento a la necesidad irremediable, pronuncia una sola palabra de retractación, y después piensa lo que más te convenga; te prometemos no volver a molestarte". Eulogio dejó escapar una sonrisa de indulgencia y de agradecimiento, pero su respuesta fue firme: "Ni puedo ni quiero hacer lo que me propones. ¡Oh, si supieses lo que nos espera a los adoradores de Cristo! ¡Si yo pudiese trasladar a tu pecho lo que siento en el mío! Entonces no me hablarías como me hablas y te apresurarías a dejar alegremente esos honores mundanos". Y dirigiéndose a los miembros del consejo, añadió: "Oh príncipes, despreciad los placeres de una vida impía; creed en Cristo, verdadero rey del cielo y de la tierra; rechazad al profeta que tantos pueblos ha arrojado en el fuego eterno".

Condenado a muerte, fue llevado al lugar del suplicio. Al salir del palacio, un eunuco le dio una bofetada. Sin quejarse por ello, Eulogio le presentó la otra mejilla. Ya en el cadalso, se arrodilló, tendió las manos al cielo, pronunció en voz baja una breve oración, y después de hacer la señal de la cruz en el pecho, presentó tranquilamente la cabeza. "Este —dice Alvaro— fue el combate hermosísimo del doctor Eulogio; éste su glorioso fin, éste su tránsito admirable. Eran las tres de la tarde del 11 de mayo." El 15 fue decapitada Lucrecia.

Los fieles de Córdoba recogieron los sagrados restos y los sepultaron en la iglesia de San Zoilo. El 1 de junio del año siguiente, 860, fueron solemnemente elevados, y en ese día empezó a celebrarse la memoria de los dos santos mártires. En 883 fueron trasladados de Córdoba a Oviedo. Su urna se conserva todavía en la Cámara Santa de esta ciudad. Los escritos del Santo: Memorial o Actas de los mártires en tres libros, Documento Martirial, Apologético y varias cartas fueron publicados por Flórez en los tomos X y XI de la España Sagrada, de donde pasaron al volumen CXV de la Patrología Latina.